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Efraim Medina Reyes

Cien años de soledad y la comparación idiota


¿Señor Medina, le puedo preguntar qué opina de la serie basada en Cien años de soledad?

Cierto que puedes preguntar, he visto algunas partes porque no soy muy fan de las series, prefiero las películas. Lo que puedo decirte es que no hay cosa más estúpida, dañina e inútil que comparar. ¿Recuerdas si alguna vez tus padres te compararon con alguien que, según ellos, era el ejemplo perfecto de lo que esperaban de ti? Y si fue así, ¿recuerdas lo que sentiste? Siempre odié eso, los ejercicios de crueldad que la gente ejecuta por la incapacidad de pensar, imaginar e usar la fantasía que son los elementos indispensables de un discurso inteligente. Los idiotas, como los padres que comparan a sus hijos con otros chicos, no pueden ir más allá de lo referencial. Y esto ocurre en todos los ámbitos y con personas que, se supone, deberían tener al menos un ápice di lucidez. Cada cual es la medida de sí mismo, cada cosa o persona va valorada en sí misma y no en relación a algo que no es ni puede ser ella. La única forma de pensar es elaborar conceptos y los conceptos, en el sentido que doy a esa palabra, no necesitan de un referente para sintetizar un discurso, etcétera. Volviendo a tu pregunta creo que hay dos grandes formas de escribir: una es usando el lenguaje como objeto mismo del proceso creativo y otra es usarlo como un medio para crear conceptos o relatar hechos y circunstancias o expresar sensaciones. Ambas son magníficas y todo depende del tipo de talento y el tipo de texto que quieras crear con dicho talento. Cien años de soledad es la obra de un maravilloso artesano del lenguaje, de alguien que escribió siempre teniendo el propio lenguaje como objetivo y fue tanto así que logró convertirlo en una fórmula, un catálogo personal de elementos que solía aplicar de un texto a otro y casi siempre en modo eficaz. Y en ese sentido artesanal también es un texto costumbrista, una recreación de mitos, historias e identidades mezcladas y envasadas con excelencia y habilidad narrativa, pero siempre funcional al lenguaje como objetivo final. Desmontar ese lenguaje es como despojar de sus plumas a un pavo real. En tu pregunta has escrito “basada en” y eso significa que, como ocurre en el 99% de los casos, la pregunta ya contiene la respuesta. Quienes hicieron la serie, al escribir “basada en” ya han dejado claro, como cualquiera que usa un texto literario para crear otro tipo de producto que corresponde a otro lenguaje, que el libro no es (ni puede ser en ningún caso) su objetivo. El libro ya existe, la serie es un producto distinto y solo los idiotas pueden, como los padres que ejercitan la crueldad con sus pobres hijos, comparar dos cosas que no tienen y jamás tendrán relación alguna. Luego, y eso no se discute, a mí me puede gustar o no la serie, pero el juicio de valor debe ser sobre la serie misma y entiendo que esto, para los idiotas, sea una empresa compleja porque la funcionalidad del referente es lo único que tienen quienes no piensan. Volviendo al libro que, como sabemos, tiene una trascendencia capital para los colombianos, no me extraña todo este alboroto y, en algunos casos, ridícula indignación. Pero a fin de cuentas es solo un libro más entre los maravillosos libros que existen en este mundo. Incluso otros autores de la misma generación y nacionalidad de García Márquez produjeron bellos libros, yo amo dos particularmente: Respirando el verano y En noviembre llega el arzobispo. Y de ese tiempo como autor en absoluto prefiero al increíble Juan Carlos Onetti porque en su caso el lenguaje era un medio y no un fin. Siento un profundo respeto por Cien años de soledad (un respeto que nunca tuve ni tendré por su autor), lo leí con el mismo placer con que leí a Ambrose Bierce o Jean de la Fontaine, pero sin jamás sentir que había allí rasgos de mi identidad porque mi identidad la encuentro más fácilmente en Miles Davis o Fran Kafka (dos monstruos de naturaleza conceptual). La serie explota lo que explotan ese tipo de series, los estereotipos y lugares comunes, explota al pavo desplumado. Todo aquel que ha escrito guiones basados en textos literarios (yo colaboré el año pasado en el guión de la película de animación Sultana's Dream basado en la homónima obra de la escritora india Rokeya Hossain) sabe que en el proceso de pasar de un lenguaje a otro es necesario “destruir” el texto literario. Las obras donde prima el concepto sobre el lenguaje o aquellas que ya en su escritura usan el lenguaje con el único objetivo de relatar una historia (García Márquez recrea la historia que narra dotándola de un lenguaje y ese lenguaje suyo es indispensable porque es parte esencial de la historia narrada) suelen dar productos audiovisuales de buena calidad, basta leer No es un país para viejo de Cormac McCarthy y luego ver la película. Es posible, por supuesto, que existan otras formas de despojar al pavo real de sus plumas, pero insisto e insistiré en que cada cual es la medida de sí mismo y jamás, nunca jamás, compararé a mis hijos con nadie y mucho menos compararé a mi hijo Daniel con mi hija Elisa o viceversa porque Daniel es el mejor Daniel posible y Elisa la mejor Elisa posible. Y, lo digo con franqueza, no hay nadie mejor que mis hijos. ⚅

[Foto: Carlos Ortiz]

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