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Contra la industria de la estupidez

  • Efraim Medina Reyes
  • hace 16 horas
  • 2 Min. de lectura

Nos gustaría ser leídos, escuchados; quisiéramos que otros apreciaran lo que hacemos, que lo consideraran importante, y esta aspiración parece correcta y normal, pero en realidad es absurda y estúpida. No empecé a escribir para ser leído, no hice mis películas experimentales para que la gente las vea, no escribí ni canté canciones para que la gente me escuche. Ese no era mi impulso, esa no era mi intención ni mi necesidad primaria. Solo quería sacarme cosas terribles, curarme de una horrible enfermedad. Mis palabras, mis melodías, mis imágenes fueron parte de un exorcismo, de una catarsis íntima.

La idea —lo que pasó después— de que todo esto podría ser un producto, de que el alma podría ser vendida como todo lo demás, de que los defectos y dilemas esenciales eran como el pescado fresco para ser ofrecido al mejor postor, no tiene relación, y nunca tuvo ninguna conexión, con mis miedos secretos, mis sentimientos atormentados y mis emociones incontrolables. Y, por supuesto, una idea así apesta.

El mercado ha distorsionado completamente la idea del arte y, por supuesto, lo que realmente significa ser un artista. ¿Cómo puede robar tan pobre y vacío como Beyoncé, Stephen King, etcétera, ser considerado arte? ¿En qué puto mundo crees que gente como esta podría tener el mismo tamaño que Kafka o Chopin? La industria del entretenimiento, que no es más que la industria de la estupidez planetaria, ha convertido todo en una mierda.

Así que, en el reino de la mediocridad, todos los pendejos quisieran convertirse en artistas, ganar dinero, ser famosos, y así seducir a chicas hermosas, brillantes y ambiciosas. Este es el llamado sueño americano, el supuesto significado de la vida al que todo el mundo aspira hoy. Y cualquiera que no tenga éxito es simplemente un pedazo de nada fracasado.

Me gusta escuchar los murmullos tardíos desde fuera mientras dibujo mi oscura canción y regreso a mi laberinto. Sí, escribo libros, hago películas, me han invitado al National Artist Show, he escrito y dirigido obras de teatro, he ganado premios desagradables y también he actuado en algunos espectáculos y muchas otras cosas. No tengo frenos. Vivo en el profundo elemento de mis ansiedades y contradicciones, pero lo que pasa afuera no me importa un higo seco porque sé que no es asunto mío. Soy el prisionero y el guardián de mi celda.

Afuera, la realidad crea su propia ilusión de neón y orina hora tras hora. En mi laberinto, día y noche, colecciono terrores, fracasos y rayos. Y voy deambulando en mi inmenso exorcismo que nadie podrá compartir jamás. ⚅

[Foto: Carlos Ortiz]

 
 
 

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