En la década de los ochentas escuché incontables veces decir a mis padres lo difícil que estaba la crisis económica. El precio del café estaba en decremento. Los comerciales en la televisión hablando del pacto por México y en la misma década el tremendo sacudón telúrico que reacomodaba las capas cenagosas de los suelos en la ciudad capital del país. Terremoto que también movió la conciencia de muchos.
Mi madre, de oficio costurera en una comunidad rural, tuvo a bien enseñarme el arte de las puntadas para el bordado y el punto de ojal, mi trabajo consistía en ayudarle a pegar botones y coser la orilla en los ojales; importante era hacerlo bien, las personas del rancho son excesivamente fijadas en los detalles. Cada vez que iban por un vestido o cualquier otra prenda le revisaban muy bien los botones, decían que no se podían arriesgar a que se les cayeran en la parcela y se perdiera el botón mientras trabajaban. Por eso no les gustaba la ropa hecha en la fábrica.
Esa década me dejó el conocimiento de las estaciones del año. En los meses de invierno se sentía mejor coser, no suda la mano como en la primavera, hay leño grueso en el fogón para mitigar el frio causado por las semanas sin sol y con chipi chipi, esa llovizna que no moja mucho, pero vaya que enfría. En las tormentas de verano se surcaban las laderas por caños que arrastraban la tierra y dejaban desnudas las raíces de las plantas, en esos meses daba miedo coser, se cubría la máquina de pedal con un trapo y mi madre no me dejaba usar la aguja para no ser presa del rayo, porque, así como hace huecos en los arboles gigantes, también acaba con la vida de la gente. En el otoño se cose mucho; la cosecha del café, la pimienta y la naranja rompe las camisas, los pantalones y los vestidos, entonces se puede zurcir, remendar y colocar algún parche de tela vieja.
Para hacer un bordado nuevo se escogen los hilos, deben ser los más acordes con el dibujo de la manta. Es la tela que más me gusta para bordar. Recuerdo haber bordado una ocasión una canasta con hilo azul. Mi madre sonrió al verla. Ella sólo conocía las canastas de bejuco y no había bejucos azules.
Cuando el hilo está enredado no se puede bordar, es momento de revisar la madeja, buscar con los dedos la punta y la continuación de la hebra, hurgar en la bola de hilo, desbaratarla y luego con paciencia acomodarla en trozo de cartón o de madera, en esa década había poco plástico en las rancherías.
Esa década tiene que ver con mi construcción. En ocasiones olvido lo importante que son los cimientos, los orígenes en el armazón del carácter. La elección de los gustos, lo que me heredó el cosquilleo del agua en los pies y el dolor en los huesos por la urticante ponzoña del borreguillo. Los orígenes que dieron a mi paladar el gusto por la canela en el atole y el reconocimiento de la fruta que aún no está bien llegada. A veces olvido el principio. Lo que dejó en mi nariz grabado el aroma de la tortilla recién cocida, el tostado del café y la cocción de los chiles para hacer la salsa.
Tal vez en la ciudad los niños y niñas como yo miraban la televisión en la década de los ochentas y pienso que no podían comprender la emoción de aquel joven que corría a decirle a don Beto qua ya tenían carretera, o en el comercial donde los ojos llorosos de las personas veían salir el chorro de agua que llegaba a su pueblo. Recuerdo haberlos visto también en un pequeño monitor con una curvatura al frente y dos botones negros al lado; tampoco podía entender esos mensajes, en mi mente de niña solo podía recordar la carretera a muchos kilómetros de mí y jamás habría siquiera imaginado que existía la posibilidad de que llegara agua hasta mi casa. La olla de barro debía llenarse cada mañana por medio de muchas vueltas cargando garrafas entre las veredas.
En este momento, después de aquellas tan lejanas experiencias de las que ya escribí, he decidido tomar la tinta para reencontrarme, para buscar el hilo en esta madeja enredada de decisiones, bien o mal tomadas. Hago el intento de recuperar el esqueleto aún servible de mi construcción y resanar un poco las grietas que han dejado mis propios sismos, la erosión que provocaron mis tormentas. Entonces, rebusco en la reflexión la importancia de observar los caminos y de formular proyectos que acerquen a mi hogar los líquidos que hacen continuar la vida.
Ahora lejos de aquellas veredas entre el hierbazal transito sobre el pavimento, calzada, sin mojarme los pies y no dejo de pensar que no he enseñado a mi hija las distintas puntadas de la costura. No dejo de pensar que hasta el clima también se ha enredado un poco. Las televisiones ya no tienen botones, los comerciales se pueden evitar si se paga la programación. Sin embargo, la palabra crisis sigue en la boca de los adultos y ahora se ha extendido más allá de los bolsillos. Se metió a la ecología, a las emociones y a los valores éticos. ⚅
[Foto; DE]
Te felicito por tu relato, me pareció que al inicio las descripciones de los 80s fue muy ilustrativo para personas que no han tenido esas experiencias. Sin embargo, me pareció que el relato perdió impacto al final. No se como que esperaba algo como una colección del pasado con el presente, o a lo mejor no lo lei bien. De todas maneras, te felicito de nuevo.