El desierto es un ecosistema árido, seco, de extremo sol donde muy poca lluvia cae. Y en esas difíciles condiciones los seres vivos se adaptan, desarrollan capacidades extraordinarias como hacer de sus hojas espinas y, a pesar del sol inclemente, florecer. ¿Será que las y los escritores mexicanos son cactus, órganos, biznagas en peligro de extinción? O tal vez peyotes y, por ello, viven de sus mezcalinas letras con raíces de memoria profunda para alimentarse de una tierra árida.
Quien escribe o ilustra vive con la urgencia de comunicar, de compartir su trabajo de investigación de ensayo y error, de incertidumbre, de hallazgos.
Tras declarar desierta una convocatoria, ¿qué razones hay? ¿Será que este país no tiene nuevas voces, nuevos rostros?
O ¿será que declarar desierta una convocatoria en un país de gente creativa y resiliente a pesar de un contexto por demás adverso habla de los artificiales ambientes de ley seca cultural que imponen las instituciones convocantes?
Lo sabemos. La cultura de un país se estrangula si a los creadores los confinan a la sequedad que no es ecosistema, sino negación, muro infranqueable de desconocidos criterios, sean éstos tejedores de palma, científicos, cocineros, pintores, horticultores o escritores. Lo sabemos.
Los escritores e ilustradores para la niñez continúan y continuarán su labor, imparables, creciendo sus letras e imágenes, como Goab, el Desierto de Colores dando paso a Perelín, la Selva Nocturna. De eso no tenemos ni un resquicio de duda. ⚅
[Foto: Gonzalo Pérez]