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Emiliano Aréstegui

De libros y otras ausencias


Hace unos días leí el texto que Carlos Ortiz escribió, no con poca melancolía, sobre prestar libros que ya no vuelven. Escribió sobre la ausencia permanente y el vacío que ocupa ese espacio, cicatriz, en su librero. Lo leí con gusto, con dolo y hasta con un goce burlón. Carlos no me ha prestado libros, pero sí me regaló dos libros escritos por él, dos poemarios que a mi mente llegan, como trenes ausentes, libros que ahora sé no están conmigo y tendría que mover la sopa de los recuerdos para saber quién los tiene y si los regalé o los presté y ya no me los devolvieron. Ahora me acuerdo que quedé a deberle las reseñas. La memoria es un animal extraño e insondable, igual de extraño e insondable que el olvido.

Desde que leí su texto: las ausencias de mis libros se volvieron imágenes, ráfagas de portadas y de caras, de nombres y de gestos y también de cantinas, tragos y otros humos. Y qué bueno que los recuerdo. Recuerdo esa Muerte sin fin que quedó en las manos de Alyn, una prostituta que vendía su tiempo en el bulevar de Chilpancingo, y apenas escribo su nombre me llega otra oleada, de nombres, caras y títulos. Recuerdo, por ejemplo, que he regalado, prestado y robado libros desde que era amante de los perros y vivía en Oaxaca y entraba a La Proveedora Escolar y salía con un libro sobre el origen de los dálmatas o sobre los dogos argentinos… Y recuerdo que antes de empezar a drogarme de manera casi profesional, a eso de los quince años, La Proveedora me regaló Aprendiendo de las drogas, del español Antonio Escohotado, un libro que me desilusionó pues buscaba un manual que me enseñara a usar cloruro de tilo, expectorantes e inhaladores, jarabes y cosas de cocina para experimentar sus usos y reacciones. Nada de eso encontré en ese primer Anagrama. Un estudiante de medicina me lo vio en las manos y me preguntó por él. Yo respondí con un lacónico: llévatelo, te lo regalo. Era un camión con destino a Ejido Guadalupe Victoria. Eso les pasa a todos los libros que no me gustan. Y les pasa a los que me gustan mucho. Si enlisto ausencias, los libros se amontonan y suman bastantes más de los que ahora tengo en mi único librero. Hice una lista mínima, y la pagué en mi muro junto con el texto de Carlos Ortiz:

“Recien acomodé mi librero y me di cuenta de que me falta Fante, Saroyan, Mis rincones oscuros y La Dalia negra. Me faltan Las uvas de la ira y Al este del edén. Me faltan El seductor de la patria y el Diccionario filosófico de Voltaire y los Diarios de Marai y los de José Kozer y Los detectives salvajes y Tokio ya no nos quiere. Me faltan Estokolmo y Destroy, la poesía reunida de Abigael Bohórquez…

Y noté, en esa ínfima parte de libros ausentes, que las ausencias recaen en los libros que más me han gustado, en esos libros que no pude retener porque su historia me sobrepasaba, o porque en su hacer encontraba prodigios y porque creo que no hay nada más inútil que un libro del que no puedes hablar. Por eso no tengo En la nopalera libro en el que Carlos Imaz trabaja la memoria de lucha de mi padre. El libro voló, se lo presté a Cosmes y Cosmes quizá se lo prestó a alguien más. Los libros necesitan bajarse a la oralidad, convertirse en plática, o eso debiera ser. Recién leí, uno tras otro, los libros de Kent Haruf, y así como los iba leyendo los iba recomendando y regalando (todos estos en formato electrónico) y los recomendé y los regalé pues quería hablar con alguien sobre cómo hila, sobre cómo labura con lo nimio, con la vida común de los comunes. No tuve eco, por eso desde hace rato me basta con hablar conmigo.

Los libros, o mis libros, son aves de paso, aves dañeras, dejan jirones, desgarran momentos. Y levantan la carne y la memoria como levantan el vuelo. Y se largan o los mando largarse. Y me los robo, sin pena lo digo. Si puedo robarme un libro seguro que me lo robo. Pero eso sí, así como lo lea lo voy a aprestar o a regalar. Yo no atesoro libros y los pocos libros que atesoro, poco los atesoro. Me gusta regalarlos y más si no son míos y más si son robados y más si los robé de una biblioteca pública.

Me gusta también, y esto lo hago cuando iba a algún encuentro de escritores, leer los libros que me regalan y luego dejarlos en cualquier lado, baños, mesas, peseros o camiones. Imagino las dedicatorias como un elemento de persuasión. Robo y regalo libros. Pero aún con eso, yo también estoy cargado de ausencias, de libros que me hubiera gustado no haber prestado, aunque sé que de tenerlos conmigo, no me sería tan importantes, tan necesarios. No me pesaría tanto su ausencia, no los tendría tan presentes.

Y también pierdo libros, se me escapan, huyen, buscan otro dueño. Una vez, en una borrachera, presumí mi primera edición del Diccionario filosófico de Voltaire; libro que me había robado cuando limpié una bodega en Chimalistac. Esa vez, para festejar, se vinieron conmigo un Mundo alucinante y El libro de Monelle y cuatro botellas de Moet Chandón que no pude disfrutar porque me las bebí sin antes haberlas enfriado. Bebimos, reímos y leímos algunas definiciones... Y cuando desperté, el libro ya no estaba, menos de un año lo tuve conmigo y de eso hará más de quince años. Sí, sigue presente y quisiera volver a tenerlo, volver a hojearlo.

Como sea, este texto lo escribí para hablar con alguien sobre los libros perdidos y su permanente ausencia. Y para decirle a Carlos Ortiz que entiendo su dolor y que vale la pena festejarlo y aunque creo lo que creo, debo decir que siempre, o casi siempre, devuelvo los libros que me prestan, pues estoy convencido de que un libro no entregado, es también un diálogo roto, un compromiso truncado.

Ahora mismo tengo conmigo dos libros, que por razones de tiempo y espacio no he podido entregar, Aventuras y orígenes de los pájaros y El dragón blanco y otros personajes olvidados, pero voy a entregarlos. Estoy convencido de que lo que no se debe hacer es quedarse con los que otros atesoran pues, de una u otra forma, es gracias a ellos que siempre habrá bibliotecas y la posibilidad de hablar de libros y de otras ausencias.⚅

[Foto: Carlos Ortiz]


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1 Comment


Gabriel Arteaga
Gabriel Arteaga
May 23, 2022

😁"...Y recuerdo que antes de empezar a drogarme de manera casi profesional, a eso de los quince años..."😂😂😁

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