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  • Carlos F. Ortiz

De qué hablamos cuando hablamos de revolución cultural

En una muestra del trabajo de los Semilleros Culturales, del programa Cultura Comunitaria de la Secretaría de Cultura federal, expuesta en el teatro Sentimientos de la Nación, la gobernadora de Guerrero, Evelyn Salgado Pineda, decía que su gobierno atreves de una inoperante Secretaría de Cultura del estado, estaban haciendo “la revolución cultural”, y no sé por qué se me vino la mente Mao y los miles de artistas perseguidos, arrestados y algunos asesinados durante aquel periodo.

Como soy muy tonto busqué en el diccionario la definición de la palabra que me trae a la memoria escenas violentas en nuestro país. Según la Real Academia Española dice que revolución es: “1. nombre femenino. Acción y efecto de revolver o revolverse, y 2. nombre femenino. Cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional”. Y quedé más confuso. Cómo traducir la revolución que dice la gobernadora que está haciendo junto con su Secretaría de Cultura.

Ya veo a Evelyn con su cartuchera, con sus armas literarias, artísticas, dándole duro a la cultura. A la secretaria la veo, pero sólo en fotos en su oficina teniendo reunión, tras reunión, o en actos de la gobernadora aplaudiendo. ¡Vaya revolución!

En esa muestra de los niños de los Semilleros la gobernadora se plantó enfrente y dijo que su gobierno está haciendo mucho. Lo dice adornándose con un programa federal, porque sus programas pasan como fantasmas. Días antes en lo que han llamado Palacio de Cultura, se presentaron las muestras del PECDA, el Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico. Ocurrió sin difusión, arrinconado en el lobby deslucido de una Secretaría que ha pasado sin pena ni gloria en estos tres años. Ahí ni por asomo la gobernadora, la secretaria de cultura u otro de esos bien vestidos funcionarios públicos anduvieron. Tampoco es que hayan echo falta.

Apenas hace unos años nos quejábamos de una administración cultural inoperante, bajo el gobierno del dinosaúrico PRI, enfrente un chico de alcurnia pueblerina, con apellidos rimbombantes, impuesto por un secretario de gobierno de la vieja guardia priista. Parecían niños con un juguete. Chicos traviesos divirtiéndose, promoviendo la caída de una triste recién creada Secretaría de Cultura.

Era un secretario que hizo más lobby político. Viajando, recibiendo títulos honoris causas en universidades patito, cambiando de look, en ese jet set caciquil de un partido que le encantaba la exhibición, la foto, el glamour, sin propuestas culturales. Sin un proyecto, sin propuestas. Quedando mal a los creadores en la entrega de sus obras.

Pero venía el cambio se decía. El cambio llegó incompleto, sin propuestas, con el mismo amiguismo, la misma falta de visión y de compromiso. Tres años áridos, en retroceso, con funcionarios apáticos, déspotas, pero bien vestiditos con trajes típicos, eso sí. Se jactan de sus logros, que las jornadas Alarconianas, las Altamiranistas, que las becas, y ya. Actividades que siempre se han hecho y mejor. En los anteriores gobiernos que no eran de la transformación, que eran de los enemigos de la nación.

Ua acotación: no se confundan, no extraño y no quiero que regrese el PRI ni el desaparecido PRD, partidos de rufianes y oportunistas que han encontrado cobijo en otro moreno partido. Sigo: después de escuchar el simplón mensaje de la gobernadora me levanté de mi asiento —de dónde más—, todo lleno de euforia patriotera para dirigirme por mis armas y ondear la bandera revolucionaria de una cultura que ni en el discurso sale bien librada. Trepé a mi caballo blanco, como Simón, y salí a la calle de mi ciudad del progreso y la cultura brioso y lleno de pasión al grito de guerra revolucionaria: ¡Viva la cultura, cabrones! ⚅

[Foto: David Espino]

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