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El gallego social

Ricardo Guzmán Wolffer

El escritor Vicente Risco es uno de los autores cumbre de la literatura gallega. En su texto El cerdo de pie relata los pormenores de la llegada al poder de un tendedero. Escrita en 1928 al final de la dictadura de Primo de Rivera, Risco logra mostrar el camino hacia el poder de las clases trabajadoras que están en el lugar y en el momento correcto de la historia de su país para ascender.

Si en la teoría del estado suele confundirse la estructura social con los mecanismos de su formación, la novela sobre don Celidonio, quién, dice el autor, “ascendió de cerdo a marrano y llegó a alcalde. Su parienta se hinchó como el fuelle de una gaita” establece no sólo las formas de relacionarse de los trabajadores sin estudios con las clases privilegiadas sin dinero. El humor de Vicente obliga a recordar a Pedro Armendáriz en la película Enamorada cuando responde a la bellísima María Félix, él de alto nivel castrense, pero de baja procedencia social, y ella de alta cuna: “ni yo tengo la culpa ni usted tiene mérito”. Y así sucede en estos intercambios sociales, donde ricos y pobres heredan su condición para intervenir en la historia de un país o un continente.

Risco evidencia que el humor es más didáctico que un tratado sociológico. El texto inicia con el aviso de que, además de la vida de don Celidonio, también veremos los quehaceres de su suegro quien gritaba “a sus mancebos: cuando en mi casa entra una peseta, para que vuelva a salir hay que hacer un expediente”. En esta novela de enseñanza sociopolítica también interviene el doctor Alveiros denominado como el libertador de la momia de Tutankamón precisamente por haber participado en tal hecho arqueológico. Así, establece el escritor que el doctor Alveiros es el “solve” y don Celidóneo es “coagula”, términos alquímicos que se aplican respectivamente al principio dispersante y al aglutinante.

Para dar el tono de la cultura gallega no sólo se habla de su situación geográfica o de la distribución arquitectónica de la población, donde siempre hay una Plaza Mayor y en cuyos portales trabajan quienes ofrecen los servicios básicos, sino también se habla de la cocina y de las costumbres maritales, empezando por la manera en que se arreglaban los casamientos. La cocina, parte innegable de la identidad de toda población, aparece aquí en la preparación de la mortadela, de las “lenguas a la escarlata, enrojecidas con pintura para que no se vea los días o los meses que llevaba muerta cuando la prepararon, o la triste enfermedad de la que murió el dueño”. Lo mismo sucede con el platón denominado “cabeza de jabalí” preparada con los sobrantes picados de los platos de los huéspedes de los hoteles. En la alabanza a la cocina gallega, Vicente se burla de quienes confían en los alimentos que se venden en las tiendas haciendo alusión a los métodos científicos de los envenenadores de Chicago supuestamente usados en las cocinas, que llevan a confundir a los comensales de “pimientos, melocotones, frutas escarchadas y membrillos en conserva, cuanto a que en realidad están comiendo ‘peladuras de patata y de nabo, tronchos de berza, palos, virutas y trapos viejos preparados en las farmacias’”. Baste decir que los orejones, frutas secas endulzadas, “son cachos de cuero con azúcar y una esencia”, dice el autor.

Desde los vestidos hasta las costumbres en el arreglo personal son motivo de burla para Vicente quien menciona que solamente los calvos se deben peinar “con lo de atrás hacia adelante, haciendo un sendero alrededor de la coronilla y tapando después la bola de billar, queso de bola o guijarro pulido. Los demás se deben peinar con lo de adelante hacia atrás, primero, porque así corren mejor los piojos, y luego, terminan antes con el peinado, y por encima de todo esto, si tienen mucho pelo, se asienta mejor, y si tienen poco, disimula más”.

Los cambios sociales derivados de las nuevas formas económicas, especifica Risco, logra que los dueños de las tiendas y los almacenes, los jefes de los ejércitos de la compraventa, de la circulación y del crédito terminen por mandar sobre la nobleza; y como contrapartida de ello, los hijos de coroneles, de magistrados y de catedráticos sean barrenderos, cargadores y ocupaciones similares. Con lo cual “el linaje había sido suplantado por la razón social”, pero es una razón social aparente porque los nuevos ricos que rápidamente son los nuevos políticos, no buscan beneficiar a todos los necesitados, sino convertirse ellos mismos en la nobleza imperante, basados en sus méritos económicos.

Y para ello acude a la vieja estrategia de buscar enemigos en “los otros”, no sólo para justificar sus actos políticos si no, dice con burla Vicente Risco, porque “cada cosa precisa de su contrario”. Como si la teoría política necesariamente necesitara del binario cabalístico o del antagonismo simétrico de las fuerzas para componer el equilibrio de la vida universal. Si bien en la democracia, como dice Risco debe haber participación de las minorías en el sistema parlamentario, no por ello debe justificarse la actuación de abogados y políticos con la existencia de un contrario permanente, aunque cambie de nombre y de acto censurable.

Para acabar con una novela eficaz y divertida el diablo aparece para aconsejar a Alveiros de que más le conviene rendir pleitesía al nuevo político antes de que le caiga encima el proletariado, Lenin o la justicia social; o todos juntos, quizás, en la figura de este cerdo político enmarranado. ⚅

[Foto: David Espino]


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*Este texto es parte del podcast Literatura y Derecho (y más).

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