
Llevo un par de días jugando a des-nombrarme, intentando arrancarme los conceptos que yo creía me significaban, buscando aliviar la frustración de saber que mi nombre, últimamente, bien podría servir de trapeador.
Y escribo esto porque estoy leyendo "Una nueva vida" de Lucía Berlín, quien también escribió sobre su nombre y las diferentes mujeres que podía ser. Lucía, heroína personal de mi panteón sagrado, acomodada junto al corazón en el mismo peldaño de Esther Seligson. La que vivió sin reservas, transgrediendo las normas de una sociedad a la que no importó desafiar desde su ejercicio de la maternidad y de la propia sexualidad. Una mujer que fue mujer antes que escritora, antes que madre, que fue cualquier oficio antes que rendirse a lo que, se supone, debía ser una mujer en esa época. Mi rockstar personal: tres maridos, cuatro hijos, clínicas de rehabilitación, grupos de AA. Qué extraño me resulta ahora imaginar a Lucía en la tribuna, luchando contra su propio espíritu ingobernable, queriendo ser mujer y escritora antes que cualquier otra cosa.
El problema del nombre no solo tiene que ver con el propio, también alcanza al nombre de la ciudad. Ahora que ha desaparecido el programa nacional "Pueblos mágicos", Taxco pasará a ser una ruina, el vestigio arqueológico de una política pública que, de tan bien intencionada, se volvió botín de pocos. Me anticipo, con mucho cinismo, a lo que veremos en los próximos meses: los pendones deslucidos, comidos por el sol, la señalética (que jamás funcionó) vandalizada por la inmediatez del arte urbano, los rostros y los nombres de la gente que integró el comité. ¿En dónde los desayunos? ¿En qué esfuerzo banal se gastarán la vida los funcionarios, empresarios y promotores culturales? ¿Bajo qué membrete buscarán blanquear sus codos, su nombre, el origen cuestionable de una bonanza económica que nunca alcanza para todo el pueblo?
En Guerrero, fue Ixcateopan el último pueblo mágico que alcanzó el nombramiento. Lo alcanzó de puntitas, de "panzazo", como se suele decir en los espacios académicos, porque no cuenta con la infraestructura necesaria para cubrir la demanda turística que se espera llegue con este nombramiento. Pero ahí está, el tercer pueblo mágico de un estado como Guerrero, donde somos mágicos y noticia por otras suertes de la prestidigitación y no tanto por los paisajes y destinos, cada vez más precarizados.
Leo la queja en redes sociales: "no hay oferta cultural", y quizá nunca habrá, me gustaría escribirles, con la intención de contagiarles a mis amigas y amigos la desilusión que a veces me invade. Porque nunca llegan los perfiles idóneos o porque llegan y se encuentran atrapados en la red que teje el nepotismo y la incompetencia, el celo político, la incapacidad para entender que no solo es llenar de eventos un calendario.
El consuelo que me queda, consuelo de tontos diría mi abuela, es que yo no soy nada, ni figura política, ni miembro del sector empresarial, ni siquiera soy un personaje digno de ocupar un espacio en la memoria colectiva de mi ciudad. Aspiro a la tranquilidad, al anonimato de la escritura, al refugio en calma que es mi casa, el último bastión de resistencia. Aspiro a que un día se den cuenta de que el enemigo no es mi nombre, ni mis aspiraciones ridículas de mantener una oferta cultural real o contribuir al desarrollo artístico y cultural de mi pueblo m(tr)ágico.
Ni yo misma, que he observado de cerca el fenómeno guinda, puedo nombrar con certeza al enemigo de esta transformación. Es muy probable que su enemigo venga desde su propia estructura y la falta de oficio, de tablas políticas. Su enemigo quizá viene desde la desigualdad sistémica que los hace ver con tanto recelo a cualquiera que se acerque, quizá de la mal confundida sed de justicia y democracia social.
El caso es que, a últimas fechas, mi nombre ha sido un lastre, el silencio incómodo en un banquete al que no fui invitada y del que no entiendo las reglas de etiqueta. ⚅
[Foto: David Espino]
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