De la metáfora La orilla cercana de la primera parte del libro Ritual de ciegos de Refugio Pereida me vienen a la mente nombres de grandes poetas, pero también el significado de que la orilla más cercana siempre es la propia experiencia, por eso es donde encontramos poemas breves, sinceros, profundos como el verso: “Obtuve por herencia una piedra en vez de corazón”, y como el trabajo de la poesía y la literatura es juego de intertextualidades, Refugio nos acerca a los autores, pues la vemos haciéndole preguntas a Kafka, Rilke…
Este libro es una reunión de paisajes que a través de las palabras te vuelven a los tiempos antiguos. Sientes los árboles moverse. Caminar por los poemas es encontrar que “Miles de vientos abren la caja del sueño | criaturas sagradas brotan | de las profundas incertidumbres | Las cortinas dejan pasar la luz, | el aire entra a la habitación, | un animal camina | despacio”.
Porque la poesía es eso, un estar en constante diálogo con uno mismo, con la humanidad, en donde dice la poeta “Mis lágrimas sirvieron para lavarme la cara, el cuerpo de los otros cuerpos”. Descubrimos que estos poemas son hojas que van y vienen, pasajes del pasado, recuerdos de infancias:
Refugio Pereida nos hace sentir con este libro que “en la tierra permanece el agrio olor de un limón” y que “Bajo este árbol, | quizás, | al paso de los siglos, | si alguien encuentra rastros de estas palabras” sus poemas sean puertas que “Sin resistencia las atravesamos | para conocer el miedo, | el encanto de la libertad”. La poeta reconoce en este libro esa libertad que tiene la poesía para transitar por los lugares más profundos de la oscuridad humana y habla del hambre, de la ansiedad de querer devorarlo todo, aprehenderlo y por eso, la poeta transformada en algo fantástico, animalesco, busca en la poesía el último atisbo de humanidad: “Tan sólo me basta andar y andar entre abundantes espigas, acariciar con mis pezuñas las florescencias doradas”. El trabajo de la poeta consiste en aguantar “Sin defensa, ofrezco mi vida | al oficio de la eterna quemadura”.
En este libro la poeta “Canta con su voz de ave de la noche, habla con su bosque de musgo, la señora de los asombros”. En Hojarasca, escuchamos la voz de una Refugio madura, humana, social incluso pues apuesta por las imágenes del minero, los migrantes, sin perder jamás el recuerdo del camino donde jugaba con el viento. “No me apedreen | porque necesitaré más alcohol para curarme las heridas, | tengo algunas desde que nací”.
Encontramos una imagen de la niña que fui, dice. Y sin embargo, es una voz siempre en crescendo que evoca erotismo, el deseo de una ampliación de los sentidos. En la voz de Refugio es interesante el juego de las metáforas que usa, pues aunque sin ser paradojas del todo logra unir piezas insólitas y no sabemos si estamos en un pasado remoto o en la ciudad misma donde todo el tiempo transita la gente sin voltear la mirada a lo más humano. Dice: “Ellos me sujetaron. Sus palabras no eran amables. La navaja me enseñó a pronunciar oraciones”.
Refugio Pereida da cuenta de su oficio y que lo importante es mostrar su perspectiva del mundo, una visión particular, reflexiva donde “Únicamente puedo responder por mis fronteras: si otros lo hacen para cruzar el azogue, yo lo hago para conocer los lindes fisurados”.
Me quedo con la imagen del bosque, de los árboles, de los diferentes tipos de arbustos, helechos y hojas que llenan las páginas de este libro. La unión de esas imágenes frías buscan de los rayos de sol, de las piedras preciosas, del oro, de la espiga la metáfora de la luz. ⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
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