Suicidium, del latín sui (de sí, a sí) y cidium (acto de matar, del verbo caedere: cortar-matar), suicidio denota la acción de quitarse la vida. En la literatura no han sido pocos los autores que han elegido el suicidio como forma de inmortalizarse, y los más famosos desfilan por Sendero de suicidas, de Rubén Rivera, Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2021.
Clasificado según la causa, el libro se divide en diez secciones en las que Rubén construye los instantes que preceden a la muerte. Cómo fue la mañana en que Sylvia Plath metió la cabeza en el horno, el día en que Alejandra Pizarnik se tomó las pastillas luego de escribir no quiero ir / nada más / que hasta el fondo; los minutos antes de que Anne Sexton se encerrara en su coche para asfixiarse. ¿Cómo saber cuánto tiempo hay antes de morir?
Por este Sendero desfilan Jaime Torres Bodet, Paul Celan, Alfonsina Storni, Jorge Cuesta, Leopoldo Lugones, Manuel Acuña, Cesare Pavese, José Agustín Goystisolo… españoles, suizos, chinos, japoneses, franceses, griegos, alemanes, portugueses, búlgaros, italianos; bala, agua, soga, gas, veneno, raíles, vacío. Rubén se detiene ante el suicidio, lo contempla, investiga y luego construye una lápida de papel con el nombre de cada suicida: cada poema es un nombre abandonado.
Este libro no constituye una apología del suicidio, reconstruye un momento previo, como si la pregunta de por qué lo hizo sólo tuviera como respuesta el silencio. El día pareció normal, todo era rutina, la atmósfera estaba en tensión suave, el pensamiento difuso pero con una idea concreta: no fallar. En varios poemas la voz sigue después de la muerte, ve el instante próximo: las luces, las estrellas, la sangre que corre por afuera del cuerpo.
“… los más perfectos suicidas —dice Rivera— son aquellos que aman la vida y se matan para no desperdiciarla en un mundo tan vulgar y mediocre que adora las flores de plástico…”
Asomarme al suicidio no es una posibilidad que me planteara, el tema estaba ahí como un tabú. Hace unos años un amigo se suicidó y luego otro familiar cercano, luego otro muchacho más. Es cómodo opinar desde nuestra silla sobre las razones nunca sabidas de quien decide morir, incluso una carta post mortem siempre será insuficiente porque mientras se escribe, alguien tendría que escribir lo que pasa mientras se escribe esa carta… uno puede, como sucede con cada poema de este libro, guardar silencio y mirar en el próximo acto de compromiso incalculable con uno mismo, aquel que muchos no podremos siquiera imaginar, la vida que se entrega para hacer con mi sangre una casa que no conozca la muerte.
[Foto: Carlos Ortiz]
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