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  • David Espino

Este oficio no es para quienes sueñen ser ricos

Yo, por mi parte, he ido tratando de crecer y no de sentar cabeza. La frase no es mía, es de un catalán, según el argentino Juan Carlos Baglietto, setentero exponente de la trova rosarina en un disco llamado justo así: Baglietto. Tiene que ver no con el romanticismo como con la realidad de que este oficio de escribir no es para enriquecerse si no solo por el puro gusto de querer ser. Aquellos que se quieran hacer ricos con este oficio se equivocaron de camino. Siempre podrán meterse de chulos, de narcos o de políticos.

Este oficio no.

La polémica no es nueva. Lo hemos discutido también entre nosotros. No en ese estricto sentido. A estas alturas el Paul, el Charlie o el Emiliano deben saber que no se harán ricos en el oficio. Hemos discutido más bien sobre si el gobierno debería o no apoyar, dar becas, a los escritores —y me quedo en escritores porque es lo que nos atañe ahora. Bien aplica a toda la gama de lo que también se da por llamar creadores—. Es decir, mantenerles su gusto de escribir (libros que en muchos de los casos ni siquiera valen la pena ser leídos).

Las opiniones son diferentes. Yo digo que no, que por qué. Si a importancia de oficios nos vamos me parece más importante la labor de un médico, de una enfermera o hasta de un policía que la de un escritor. O sólo que —y así es en mucho casos— quienes escribimos nos creamos una casta divina. O sólo que —y ocurre— seamos de aquellos que creen que hay ciudadanos de primera de segunda y de tercera. Unos con más derechos que otros. No me mal interpreten. Antes que nada soy periodista y en medio de discusiones con colegas les he dicho lo mismo cuando sugieren que México “es el país más peligroso para ejercer el periodismo”. Muchos lo dicen desde el feis o desde el grupo de whatsapp y sus coberturas de mayor riesgo son las manifestaciones en la ciudad de México.

Lo pongo en perspectiva. También soy miembro de una organización de freelancers. En uno de los puntos de su exposición de motivos dice eso: “México es de los países más peligrosos para ejercer el periodismo”. Cuando discutimos esto les dije que no. Les dije porqué. Dije que era el país donde lo periodistas hacíamos cobertura de riesgo por un una circunstancia muy específica: la pugna entre grupos del narco en diferentes regiones del país. Le dije que quienes cubrían el Congreso o la Presidencia, o el INE o los partidos o la fuente cultural no corrían mayor riesgo de nada. No sé si me explico.

Argumentaban que el gobierno debe garantizar la seguridad de los periodistas porque el periodismo es una labor de suma importancia en las democracias, etcétera. Mi reflexión fue (es) que el gobierno debe garantizar la seguridad de todos los ciudadanos, sin excepción y no sólo de periodistas. Salvo que sean de aquellos que creen que hay ciudadanos de primera de segunda y de tercera. Y los hay. Les dije que las responsables de nuestra seguridad —me refiero a los reporteros que hacemos coberturas de riesgo— son ante todo las empresas que nos encargan ir a esas zonas de riesgo.

Dije que los protocolos de seguridad deben partir desde los medios para los que colaboramos, no desde el gobierno o las secretarías de seguridad. Los jefes de información —o los editores, en su caso— deben monitorear a los reporteros. Y sobre todo, dije, debe prevalecer en nuestra labor el sentido común y la mesura. No confundir la insensatez con la valentía. Estar convencidos siempre que nada vale más que nuestra vida. Ni una foto, ni una entrevista exclusiva; salvo que estemos convencidos que están las condiciones para ir y, sobre todo, para regresar. En el camino pueden pasar cosas. Lo que debe quedar claro es que fue nuestra decisión tomar ese riesgo. No sé si me explico.

De ese modo también creo que es decisión de los escritores dedicarnos a escribir a sabiendas que si no queremos malvivir del oficio debemos tener un trabajo que nos mantenga el gusto. No debería ser discusión si las políticas públicas del gobierno favorecen la labor del escritor. Es decir, Murakami mantenía un bar de tragos mientras escribía. García Márquez era reportero —y hasta mantenido de su mujer— mientras escribía. Saramago fue durante muchos años de su vida empleado de una llantera en Portugal (también traductor, articulista) mientras escribía. Nada les impidió ser quienes son.

Por eso pienso que quienes nos dedicamos a la escritura deberíamos estar conformes con eso. Con escribir. Estar convencidos de que hacemos lo que nos gusta y eso es un privilegio. Si además hay quienes pueden vivir de eso —dar conferencias, talleres, vender muchos libros— debe ser un doble gusto. Conozco pocos. Creo que a ninguno. Tampoco es que mi agenda esté llena de escritores consagrados.

Hay matices en todo esto, desde luego. Las becas, los programas de estímulos a escritores ya existen y hay quienes han sabido aprovecharlos. Eso no tiene sentido descalificarlo —y hay quienes lo hacen por los criterios que se aplican para otorgarlos, aunque eso es otro tema—. En todo caso critico a quienes dicen que las políticas públicas destinadas a la cultura y las artes están llenas de desatinos… pero ellos son becarios. Es decir, se benefician justo de esas políticas públicas que para ellos son un desacierto. En fin.

A mí me asalta de pronto un pensamiento. Me pongo los audífonos, escucho música, no música rara, más bien poco comercial. Baglietto, por ejemplo. Lebón, por ejemplo. O abro el Kindle (abrir es el verbo correcto. Con la funda adecuada el dispositivo se abre y en automático se enciende) y sigo con la lectura de un libro apasionante. Entonces me pregunto: quién dice que no tengo nada. Y me respondo también que sí. Sí hay quien lo dice. Un profesor de secundaria con el que un día nos reencontramos, los dos viejos ya, él más que yo, me recriminó:

—¡Espino, tú nunca te hiciste rico!

Me reí por la ocurrencia y pensé —no se lo dije— que no, que no tenía razón. ⚅


[Foto: DE]

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