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Los ángeles de nuestro infortunio*

Federico Vite

Al seguir con la mirada las piruetas de los aviones de la Fuerza Aérea Mexicana y, en especial, al contemplar el rastro efímero de la propulsión a chorro en el cielo azulísimo de la bahía de Acapulco, me hundí en las grafías de un show híper promocionado: “La gran fuerza de México”. Fueron aros, líneas rectas, curvas que me recordaron el símbolo del infinito. Al sumergirme en toda esa enunciación, signada el domingo 23 de febrero, vino a mi mente una de las novelas que más aprecio de Roberto Bolaño: Estrella distante (1996).

El chileno perfila a un poeta de nuestro tiempo, un artista de vanguardia. Narra la vida y obra de Carlos Wieder, aunque también fue conocido como Alberto Ruiz-Tagle. No escribía en papel ni con tinta. Usaba el cielo como continente de los versos que cincelaba con el humo emitido por el motor de los aviones. Escribía poemas en el cielo y, a veces, retaba a la fuerza de una tormenta para dejar en claro que un poeta debe hacer su trabajo siempre, a pesar de los obstáculos mundanos. Era piloto militar y, durante los años oscuros de la dictadura chilena, se encargó de espiar a poetas, a estudiantes, a artistas y mató a más de uno. Tuvo la entereza de montar una exposición fotográfica en la que confirmaba la sospecha de muchos: él era parte de ese sistema que perseguía, torturaba y asesinaba jóvenes por el temor de que fueran de izquierda y consumaran el comunismo. Disfrutaba su trabajo y, a la par de sus proposiciones literarias de vanguardia, era un consumado torturador.

Yo pensaba en todo eso con la certeza de que había una broma macabra en este espectáculo aéreo. Y lo confirmé cuando la gente aplaudió, risueña, con la mirada puesta en el cielo.

Guerrero es uno de los estados de México que más ha padecido los abusos militares. No solo basta con nombrar la época del terror, instaurada en los 70 con la guerra sucia, donde todo aquel que fuera o pareciera comunista debía ser encarcelado, torturado y muerto. Es sabido que algunos de los Vuelos de la Muerte salían de la fuerza aérea de Pie de la Cuesta. Está documentado que la misión era sobrevolar mar abierto y lanzar ahí los cuerpos. Eran otros tiempos, claro, tiempos signados por el verde militar de nuestro ejército y por el abuso de poder del gobierno priista, tristemente célebre por los excesos de Rubén Figueroa Figueroa. Sin duda, pienso ahora, la vida de Guerrero ha estado ahormada por gánsters.

En marzo de 2024, el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez publicó una reconstrucción de los Vuelos de la Muerte, un plan operativo en el que el Ejército Mexicano trasladaba a la Base Aérea Militar de Pie de la Cuesta, en Acapulco, a disidentes políticos; luego de largos interrogatorios y tortura, los ejecutaban. Por las noches emprendían los vuelos para arrojar cuerpos al mar y así desaparecer cualquier rastro de los asesinatos. Esta práctica se realizó de manera sistemática durante seis años, en la década de los años 70 del siglo pasado.

Y en agosto de 2024, la periodista Marcela Turati y Quinto Elemento Lab publicaron en el portal adondevanlosdesaparecidos.org una investigación que quita el aliento. Se hizo de conocimiento público una lista con los nombres de 183 víctimas de los llamados Vuelos de la Muerte, ocurridos en 1974. Cincuenta años después de aquellas atrocidades, uno de los incentivos para que la gente vuelva a visitarnos es un show, un espectáculo de la fuerza aérea. Esta idea debería hacernos pensar en algo más que la diversificación de la oferta turística. Debería recordarnos que estamos en manos de quienes nos han hecho mucho daño. Estamos en los albores de la resemantización del verde olivo.

Me deja perplejo que, 50 años después, el uso de aviones militares sea recreativo. Y si para mí es inmediata la referencia a Estrella distante, para los afectados y las familias de las víctimas de la guerra sucia, ¿qué es esto? ¿Una forma de pasar la página y dejar atrás el dolor?

En la novela hay frases que me siguen pareciendo significativas, por ejemplo, la siguiente aseveración que describe nuestro entorno:

"Hablaba de poesía (no de poesía chilena o poesía latinoamericana, sino de poesía y punto) con una autoridad que desarmaba a cualquier interlocutor (aunque he de decir que sus interlocutores de entonces eran periodistas adictos al nuevo régimen, incapaces de llevarle la contraria a un oficial de la Fuerza Aérea) […].”

O este otro dardo envenenado:

"Pero volvamos al origen, volvamos a Carlos Wieder y al año de gracia de 1974.Por entonces Wieder estaba en la cresta de la ola. Después de sus triunfos en la Antártida y en los cielos de tantas ciudades chilenas lo llamaron para que hiciera algo sonado en la capital, algo espectacular que demostrara al mundo que el nuevo régimen y el arte de vanguardia no estaban, ni mucho menos, reñidos.”

Dicho de otra manera, el arte de vanguardia y la dictadura militar chilena eran algo que funcionaba a la perfección. Cómo negarlo si lo que yo veo en el cielo es una serie de pilotos balbuceando un mensaje y corroboran así la nueva proyección turística de Acapulco, un plan al mando del ejército. Esto implica, me temo, otra aseveración: ahora en el turismo veremos militares y se encargarán de cuidar y fomentar esta expresión nacional del patrimonio.

Mientras escuchaba el rugido de los motores atravesando el cielo y las naves se alejaban mar adentro, mientras atisbaba las curvas efímeras de humo y el sol –con su estridente presencia– proyectaba su imagen en los cuerpos sólidos de los aviones, mientras todo eso me sobrepasaba, entendí que hemos tocado fondo, porque no hay un más allá, solo la repetición de nuestros actos, ahora convertidos en atractivo turístico.

"Y ahí, en esas alturas, comenzó a escribir un poema en el cielo. Al principio creí que el piloto se había vuelto loco y no me pareció extraño. La locura no era una excepción en aquellos días. Pensé que giraba en el aire deslumbrado por la desesperación y que luego se estrellaría contra algún edificio o plaza de la ciudad. Pero acto seguido, como engendradas por el mismo cielo, en el cielo aparecieron las letras. Letras perfectamente dibujadas de humo gris negro sobre la enorme pantalla de cielo azul rosado que helaba los ojos de quien las miraba."

Grosso modo, algo así testimonié y me quedé cavilando con hondura en todos los torturados, en todos los muertos, en todo el dolor, la sangre y la injusticia de un sitio tan bello como este, un sitio tan acostumbrado a convivir con el doble discurso del ejército, con la disonancia cognitiva del Estado, un puerto anclado en la zozobra.

Pero aún aplaude. Y en estos días tiene el cielo más diáfano que conozco. ⚅

[Foto: David Espino]


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*La oración que da título a este artículo y las frases entre comillas las tomé de Estrella distante (España, Penguin Random House, 2017, 133 páginas).

 
 
 

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