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Juan Mendoza

Mis amigos muertos


Las experiencias que he tenido con la muerte no me han dejado marcas profundas, ni daños permanentes. La verdad es que me da escalofríos en la medida de que no me asusta la muerte. Que sufro más con noticias estúpidas, por ejemplo, enterarme que Carmen está comprometida y que no podré acercarme ya nunca más con ánimos depravados. Saberla muerta no se compara en nada a hacerme a la idea de que quizá ya no podremos coger. El resultado obviamente es el mismo, pero al menos sé que una vez muerta no tenemos ya ninguna opción, pero mientras viva es libre albedrío y sólo demuestra que somos cobardes. Y la maldita ansia lastima el alma. Para mí eso es más tétrico.

Siendo yo muy niño mis padres nunca tuvieron necesidad de ocultar cuando llegaba a morir alguna de las mascotas del hogar y tenían a bien decirme tal cual el status en el que estaban cuando me daba por extrañarlas y preguntar por ellas. “Se murió” afirmaban como si nada. Ni siquiera añadían que estuviera en el cielo de los perros o que había pasado a mejor vida y me cuidaba al lado de Diosito. Esa explicación era suficiente para dejarme tranquilo y seguir madreándome con los muñecos de Star Wars.

Tendría unos ocho años cuando vi morir al Gringo, nuestra mascota, un bull terrier que había vivido con nosotros el mismo tiempo. Murió ciego y loco a causa del moquillo. Mi madre estaba bastante encariñada con él. Trabajadores de la perrera municipal llegaron a sacrificarlo muy de mañana, algunas minutos antes de la entrada a la escuela. Ella atendió al wey que insistía en asegurar que “lo dormiría”, seguro porque estaba presente un niño.

Se me hizo ridícula esa frase. En cosa de 10 minutos lo amarró, lo inyectó, le dieron un par de espasmos y se petateó. “Ya está, ahora está dormido” repitió solemne y me alisó el cabello. “No es verdad. Ahora está muerto. No te mandaron para dormirlo sino para matarlo”. Me miró con susto y se largó con el cadáver lo más rápido que pudo. Para él era algo tan frío y rutinario que quizá la frialdad que recibió de regreso le resultó dolorosa. Más que a mí. Mi madre lloraba y yo sentía pena por ella. Supuse que tenía que llorar también, así que lo hice, pero en realidad no me sentía afectado por la muerte del perro. Al menos no tanto como ella. Me daba más zozobra no sentir pena porque se acababan de llevar a mi perro, al que vi caer en la decadencia y terminaron por asesinarlo.

Para la hora de la cena mi madre había dejado de llorar. Preparaba los platillos mientras cantaba en voz baja. Mi padre y mi hermano estaban en silencio, mirando el rincón donde el Gringo había pasado sus últimos tres meses, ya sin moverse. “El niño vio cuando vinieron por el perro” dijo mi madre. Mi padre sólo gruñó en respuesta. Mi amada madre me preguntó si quería platicar de algo con ella. Le conté un par de nimiedades acerca de mis compañeros de escuela durante el recreo, el Ray había tomado mucho refresco y se le salió por la nariz, y el Ratón se había caído en las escaleras y de milagro no descalabró.

Se sentó y miró fijamente el rincón del Gringo y volvió a llorar en silencio. Me miró a los ojos. ¿En serio, no quieres hablar de algo más? No supe cómo darle consuelo. Me levanté de la silla y la abracé. Le pedí que ella nunca se muriera, por favor. Que si iba a hacerlo, lo hiciera conmigo. Supuse que eso esperaba escuchar, aunque no de mí. De mi padre, seguramente. Yo no sabía que mi madre no lloraba por nuestra mascota sino por la vida que se le iba a cuentagotas, más rápido cada vez. Por la juventud que había perdido a causa de sus hijos y que no podía reclamarnos porque éramos eso: sus hijos. Y que el cadáver del perro significaba sus esperanzas y sueños e ilusiones. Lo único que yo pretendía era que no dejara de quererme porque yo resultara ser un perverso polimorfo por no llorar la muerte de mi mascota.

Por no sentir nada.

Me abrazó más fuerte. Así estuvimos durante un par de minutos más. Después no volvió a mencionar al perro.

Ya no tuvimos otro. ⚅

[Foto: Carlos Ortiz]

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2 Comments


Antonio Casares
Antonio Casares
Mar 13, 2023

yo sufri mas por lo de Carmen 😪

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Gabriel Arteaga
Gabriel Arteaga
Mar 13, 2023

"La resurrección de Lázaro" Evangelio de Juan cap. 11. 11:25 Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. 11:26 Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto? 11:27 Le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo... 11:43 Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! 11:44 Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadle, y dejadle ir. 🤗Dios te bendiga siempre mi amigo Charlie.

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