El lápiz es un utensilio usado para, además de escribir, trazar líneas, círculos, formar cosas diversas sobre una hoja. Un lápiz es un trozo de madera con una punta de carbón, granito, o grafito. Los que yo recuerdo son amarillos, con una goma en unos de sus lados, sujeta por un trozo de aluminio dorado, con una franja roja.
Su nombre viene de la piedra, que en latín lapis es lo que significa. He escrito muchas frases con un lápiz, y he borrado tantos errores con su goma. He dejado la huella de mi ocio en incontables hojas que han ido a parar a la basura.
Para un buen trazo el lápiz debe de tomarse con delicadeza y buen pulso, su maniobra es simple, pero no por esto menos compleja que otras actividades. Escribir es un acto de conocimiento, un arte que implica mucho de nuestros sentidos. Descifrar un código tan complicado como el lenguaje, y hacerlo entendible al lector, que su lectura sea amena y sencilla. Lo mismo para trazar un dibujo. Pienso en los bocetos de Leonardo Da Vinci, la belleza de sus bosquejos, la claridad de sus líneas, la fuerza de la imagen, de la idea que se plasma en el papel gracias a ese trozo de granito mágico.
El lápiz es un objeto, una extensión del brazo, de la mente, del sueño. Traduce lo imaginario en un mundo fantástico de grises, de claros y oscuros.
En una hoja en blanco lo mismo que un hombre montado en un caballo bravo, parado en dos patas, o un poema de T.S Eliot: “Somos los hombres huecos/ Somos los atestados/ Que yacen juntos…” observamos, creamos, imaginamos, desciframos y traducimos las líneas en lenguaje, en un mensaje que nos inspira, nos entristece, nos seduce.
El lápiz nos revela un mundo, nos habla sordamente de lo imposible, de lo que está oculto. Nos guía por una multitud de trazos, de signos, de grises, de negros, de espacios en blanco. Importante es la mano diestra como la de un espadachín o cirujano, así como filosa la mente, el pensamiento del que maneja ese instrumento tan peligroso como una daga envenenada, o tan bello como una flor perfumada.
La tecnología se ha discutido y escrito también a lápiz, en algún momento lo desplazará como instrumento de escritura, y la pluma como lo ha hecho con la vieja y seductora máquina de escribir. El lápiz resiste en los pupitres de los niños en las primarias, en las butacas de los adolescentes que aún los muerden inquietos.
Un lápiz inmóvil en una mesa es un llamado a tomarlo, tiene una seductora manera de atraer. Un lápiz es siempre tentación, no pude quedarse quieto, llama como sirena a su escriba; incita al joven enamorado a trazar corazones atravesados con flechas, a escribir las iníciales de la amada o del amado; poemas, dibujos eróticos, amorosos. Nadie se salva de la soledad del lápiz.
Alfonsina Storni escribe: “Por diez centavos lo compré en la esquina/y vendiómelo un ángel desgarbado; /cuando a sacarle punta lo ponía /lo vi como un cañón pequeño y fuerte. //Saltó la mina que estallaba ideas /y otra vez despuntólo el ángel triste. /Salí con él y un rostro de alto bronce /lo arrió de mi memoria. Distraída //lo eché en el bolso entre pañuelos, cartas, /resecas flores, tubos colorantes, /billetes, papeletas y turrones. //Iba hacia no sé dónde y con violencia /me alzó cualquier vehículo, y golpeando /iba mi bolso con su bomba adentro.”⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
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