Los reguetoneros se pueden quejar de muchas cosas, pero no de la falta de atención. Desde hace 30 años, lo único que han hecho es padrotear nuestra curiosidad y consecuente arrechera. Las millones de reproducciones en plataformas digitales respaldan esta aseveración.
Ahora que si desean nuestra concentración, ahí la cosa cambia.
Siempre he creído que el reguetón, como muchos de los ritmos bailables, es música sacudir las carnes, sudar un rato y ya. Nadie en su sano juicio alivia sus crudas oyendo Maluma. ¿ O sí?
Un señor llamado René Pérez, pero que pide que lo llamemos Residente, definió al reguetón como un carrito de hot-dogs. Don René también tiene sus franquicias con la misma receta de pan y salchicha. Sabe que los hot-dogs son fáciles de hacer y aún más fáciles de consumir. Lo que quizá no sabe es que un producto de esas características difícilmente se recuerda.
Por eso, al día de hoy, Barrio fino, uno de los discos más populares de reguetón (que hiciera otro señor de nombre Ramón Luis Ayala), no tiene una reedición en LP. En cambio, las 20 ediciones en CD apenas rebasan los 3 dólares en el mercado de coleccionistas. Parece que a nadie le interesa guardar una copia de esta producción, que en 2004 puso a bailar a millones de caderas y estuvo muy cerca de modificar el eje terrestre.
Hablar del reguetón suele poner picudos a sus interlocutores. Siempre habrá unos que lo amen, otros que lo odien. A veces las discusiones suben de tono y al final algunos se mandan a las antípodas.
También, hay que reconocer que de vez en vez, surge algún disco hecho con algo más que las meras ganas de forrarse de dólares y aparecer a cuadro con chicas en bikini (nada que no ocurra con muchos otros géneros musicales). Pero eso no pasa muy seguido. Ni en el reguetón, ni en otros estilos.
Pero volviendo al tema original. Yo más bien percibo al reguetón como un ritmo dionisiaco para fines de procreación. Si nos vamos al símil de don René, el reguetón es justo como un hot-dog: Llena, pero no nutre.⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
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