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David Espino

Por una platónica defensa del ebook

Actualizado: 28 dic 2021


Yo podría hacer una defensa platónica del ebook. Decir, por ejemplo, que gracias al ebook pude leer títulos que de otro modo no hubiera leído (y quizá ni conocido), porque no tenía dinero para comprar los libros impresos, porque algunos son incoseguibles y cuando por fin los conseguí y los leí, estos libros me llevaron a otros. Decir, por ejemplo, en mi defensa platónica del ebook, que gracias a él mi biblioteca personal aumentó de un millar a tres mil libros de un clic.

Moby Dick, Un día más con vida, El cielo protector, Los detectives salvajes, Sin lugar para los viejos, Salvajes, La mujer de tu prójimo, Las palmeras salvajes, Estrella distante, El beso de la mujer araña, El guardián bajo el centeno, El país de las últimas cosas, y muchos muchos más libros que llegaron a mí y a mi Kindle (primero y luego a mi iPad) gracias a la digitalización de los libros.

Digitalizarlos, transformar los libros de papel en ebook y hacerlos asequibles casi para cualquier lector (se pueden leer también en un celular de gama media que a estar alturas todo mundo tiene) ha representado una revolución como la que armó Gutenberg a mediados del siglo XV cuando inventó la imprenta y aproximó el conocimiento a medio mundo. O como la que armó Steve Jobs a principios del milenio cuando presentó el iPod y revolucionó para siempre la forma de escuchar música.

Y no sólo de escuchar música. De hacer música, de grabar música, de vender música. Las plataformas digitales de discos venden por mucho, mucho más música que lo que pueden vender en cidís. Los cantantes y músicos saltan primero a Apple Music, Spotify, Amazon Music que a las tiendas de discos. MixUp ha ido cambiando de giro. De sólo vender discos físicos ahora vende reproductores, bocinas, joystics y hasta optaron por asociarse con Apple para vender sus productos digitales en algo que se llama MixUp.

La misma revolución que armaron Gutenberg y Jobs, la ha venido a armar Netflix en algo que muchos vieron como una declaración de guerra a los cines. La ha liado tan en grande que sus pasos los han seguido todos en el mundo del entretenimiento que un principio satanizaron el streaming (¡cómo —decían alarmados—, los cinéfilos ven cine sólo en el cine!). Pobres, no han tenido de otra que aprender a ver (aceptar) el fenómeno como una tendencia irreversible. Y ya no menciono el factor Covid, por el que los cines tuvieron que cerrar muchos meses. Hasta ahora la gente apenas se asoma tímida a las salas.

Por eso digo que puedo hacer una defensa platónica del ebook. Decir, por ejemplo, que la digitalización de los libros representa, sí, un hito como el que hizo Gutenberg, ya dije, o la invención de la radio, o de la bombilla eléctrica. Decir que así como me es mucho más portable cargar con mi iPhone con una suscripción a AppleMusic y tener toda la música que quiero (ritmos que jamás había oído, música clásica, de culto o del siglo pasado, música que oyeron mis tíos en aquel caserío de la sierra de Atoyac en mi infancia y que creí perdida para siempre), del mismo modo puedo cargar mi Kindle (o mi iPad) con tantos libros que no me alcanzarían dos vidas para terminar de leerlos.

Desde luego que así como hubo quienes se resistieron a la salida de la imprenta, porque ¡cómo! el vulgo se haría de conocimientos que antes sólo los burgueses podían alcanzar; así el ebook sigue teniendo resistencia. He notado dos tipos de renuentes. Los nostálgicos que siguen idolatrando al libro impreso como un objeto de culto —como aquellos que aún consiguen discos de vinilo sólo por culto al objeto— y llenan sus salas con cientos de títulos cuya primera vida, y la segunda tampoco, le alcanzará para leerlos (ni para acabar con los ácaros). Y aquellos que no consideran publicado un libro como tal hasta que no lo ven impreso.

Yo podría hacer una defensa platónica del ebook, y decir, por ejemplo, que ya para 2011 Amazon vendía más libros electrónicos que impresos —Amazon pionero del ecommerce o venta en línea—, y que en 2020 la industria editorial vendió un promedio de 20 mil millones de dólares sólo en ebooks. Y en esta defensa puedo citar a autores y escritores que hacen a su vez defensa del ebook y hasta del audiolibro —Stephen King es uno de ellos, Martín Caparrós, otro— y puedo apelar, también, a ecólogos y ecologistas para que no se tarden en dar el grito en el cielo por todos los árboles que se talan en el mundo para hacer el papel. Apelar a la obviedad y hasta al sentido común de aquellos que no tienen mayor resistencia a usar facebook pero no ebook.⚅

[Foto: Gonzalo Pérez]

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